DE LOS SONES E DE LOS INSTRUMENTOS

SONES Y DANZAS DE LA EDAD MEDIA

DE LOS SONES E DE LOS INSTRUMENTOS. Sones y danzas de la Edad Media

La Edad Media fue una cultura de imágenes, pero también una cultura de la audición. Los filósofos veían la música como una propiedad universal de las cosas. Alfonso X lo diría con bellas palabras: la música en todas las cosas cae, e sin ella non se podrían hacer; porque compone e acuerda todo. Regido por la armonía, aunque no pudiera oírse, el universo medieval sonaba. Esa música mundana era fruto de la resonancia de los cuerpos celestes por el movimiento de las esferas y había de ser estudiada por los matemáticos. También era natural la música humana, que ocupaba a los médicos y que se manifestaba psicológicamente en el alma y, físicamente, en el cuerpo, mientras que la armonía lo mantenía con vida. En las manos de los músicos estaba el tercer tipo de música, la artificial, que podía ser instrumental o vocal. Esta última era la predominante y en ella se dieron los grandes desarrollos y transformaciones.

Pero muchas veces los sones (las melodías) circulaban al margen de las canciones, como demuestra el hecho de su utilización con una u otra letras (contrafacta) o de su uso como material para la danza, la improvisación o la glosa instrumentales.

Si toda la música medieval fue en buena medida un arte de la memoria, la instrumental tuvo seguramente ese carácter en mucha mayor medida: la recreación de una canción de amor en la cítola, el tañido de una dansa en el rabel o la flauta pasaban de la memoria a los dedos sin el concurso de notación alguna. Esto podría explicar la escasez de música instrumental conservada.

Hacer sonar los sones sin el concurso de la voz, evocada esta por la elocuencia de los instrumentos, puede resaltar los aspectos puramente musicales de muchas joyas de la música medieval. Igualmente, partir de esos materiales vocales para elaborar danzas y glosas instrumentales nos acerca con viveza a una faceta crucial de la práctica musical de aquellos tiempos.

Emulando el deseo que el Arcipreste de Hita manifestaba con sencillo donaire en el Libro de Buen Amor, hacer de cantares un librete, nuestro punto de partida no ha sido otro que el de pretender hacer lo propio con un montón de sones: hacer de sones un librete. Partíamos de la fascinación que nos producen muchas monodias y polifonías medievales también en su aspecto puramente musical y nos alentaba el deseo de ofrecerlas al oyente de hoy con prácticas interpretativas sobrias y respetuosas con las fuentes, que resalten su belleza.

         La naturaleza de este empeño obligaba a asumir con generosidad la previsible extensión del corpus elegido, su amplitud cronológica y geográfica; también, lógicamente, dar por hecho el carácter abierto del mismo.

Aunque unificado por los instrumentos que tañemos, hacemos un peregrinaje, por lo demás, muy variado. Y lo mismo, de nuevo como Juan Ruiz, que sabía los instrumentos e todas las juglarías, nos hemos acercado a ambientes diversos: de escolares que andan nocherniegos, de juglares ciegos, cantaderas, triperas, caballeros, monjas, dueñas de alta alcurnia, recias serranas … Hemos andurreado por iglesias, callejas, castillos, monasterios, altos en el camino … Nos hemos colado en las fiestas que van marcando el pasar de las estaciones.

Nos hemos ilusionado, en definitiva, con que haya algo de aquellos aromas y sabores en el nutrido puñado de aires que recogemos en este trabajo, quinto de los abordados por AQUEL TROVAR en formato libro-disco.


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